lunes, 19 de diciembre de 2011


Yo tenía 7 años. Recién empezaba a escribir cuando se escribieron en nuestra historia esas trágicas hojas de diciembre. Me acuerdo de los mediodías con el televisor prendido mientras comía con los ojos gigantes que no entendían bien lo que pasaba. Me acuerdo de ver muchas personas llorando, me acuerdo de ver gente que rompía supermercados y se llevaba las cosas, de policías en caballos tirando tiros, de un helicóptero del que todos hablaban. 


El pueblo había salido a la calle a reclamar por sus derechos, y el Estado le respondió con balas. Habían salido a  manifestarse contra las políticas de ajuste, contra el hambre y  la desocupación desencadenadas por los gobiernos neoliberales precedentes. Unieron sus voces contra la exclusión y la desigualdad, pusieron el cuerpo para forzar el cambio.  Nos toca poner el cuerpo a nosotros, ahora, y exigir justicia por esas personas que dejaron su vida en la lucha, en sus ideales, por el futuro de todos.

Dicen que las comparaciones son feas, que son odiosas. Pero es un ejercicio inevitable para tomar conciencia de dónde estamos y de dónde venimos. Pero más que nada para descifrar hacia dónde vamos como sociedad, tomando esto último como consecuencia de los dos factores anteriores.

Hoy, una década después, con el mundo indignado y en la misma situación de aquella Argentina débil, es nuestra obligación salir a las calles a consolidar el notable crecimiento de nuestro país. Que es un crecimiento mucho más valioso que cualquier superávit fiscal o estabilidad política. Se trata de una consolidación cultural que funciona de escudo y nos fortalece.

"El pueblo pelea, no perdona ni olvida
ni a los vende patria, ni a los genocidas.
Vamo' compañero, vamo' a poner huevo
 por Maxi, Darío y el oso Cisneros.."

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