Estábamos ahí parados
indiferentes al diluvio
empapados de lo mismo,
como si no existiera otra cosa
que sus ojos y los míos.
Nos llovía de lo mismo,
nos inundamos de lo mismo.
No saber, no querer
no saber qué querer
no querer saber
ni saber querer.
Lo habíamos hipotecado:
olores, gestos, risas.
-en cuotas
siempre sale más caro-
No hubo que decir más nada.
Y la vida siguió,
No hay comentarios:
Publicar un comentario