Libros. Hay libros y libros. Hay libros aburridos,
intrascendentes. Hay libros atrapantes, emocionantes. Libros largos, libros
cortos. Viejos y no tanto. Los hay de todos los colores y de todos los temas. Y
entre tanta celulosa acumulada, hay algunos que te marcan para siempre.
Eran días de otoño cuando mis trece años y yo nos
encontramos con el libro “Cruzar la noche” de Alicia Barberis. Recuerdo haberme
quejado mucho cuando la profesora de primer año nos lo dio para leer: esas 130
hojas parecían una eternidad.
“A las Madres
y Abuelas de Plaza de Mayo. A todas las víctimas del Terrorismo de Estado. A la
verdad y a la memoria” fue lo que encontré en la primera hoja. No comprendí por
qué Madres y Abuelas estaban con mayúsculas. Con lo de Terrorismo de Estado me
imaginé una película de acción. Y… ¿a la verdad y a la memoria? No entendía
nada. Las quejas persistían.
Era una ficción entrelazada con el triste pasado
reciente de nuestro país. Narraba la
historia de una joven hija de desaparecidos en la dictadura militar del ’76,
que tuvo que “cruzar la noche” para descubrir su verdadera identidad.
Fue emocionante transitar codo a codo con el personaje
ese camino incierto de búsqueda, desesperación. De alegrías mezcladas con
llantos, de confusiones.
La primera noche que lo leí, me dormí con el libro en
la cara. Lo terminé al otro día. Era la primera vez que me iba a otro universo
con un libro. Y ese me marcó mucho porque con él descubrí esa terrible etapa de
nuestra historia. Y lo hice desde adentro del libro, lo hice casi en carne
propia.
Cuando uno abre un libro, entra a una máquina del
tiempo. Se sumerge en otra dimensión, en otro espacio, en otro tiempo. Es como
soñar despierto, es como viajar pero mucho más barato.
Porque un libro es eso, es un pasaje de ida a otro
mundo. Nada más ni nada menos. Un pasaje solo de ida porque uno no es el mismo tras
cada libro que lee.
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